Monday, April 10, 2006

 
4

Debía llevarla exactamente al hangar donde la esperaba el piloto instructor. Debía oírla sin mirarla. O debía ver de reojo su silueta contra la ventanilla del auto que conducía a través de la niebla fijando la vista en los carros que corrían enfrente. Íbamos sentados en el mismo asiento y a su lado, desplazándose hacia atrás bajo el complejo trébol de autopistas encontradas unas con otras, se extendía un cementerio enorme, tan grande como sólo a una ciudad así, tan criminal, podía corresponder. Al otro lado de la ventanilla asomaba el pasto, se olía. El ruido aminoraba. Podía palparse el silencio del cementerio. Bruscamente, al trasponer unos tanques gigantescos de gas niquelados y esféricos, la montaña se volvía una mesa. La Piper Comanche la esperaba. El piloto instructor ya había puesto a calentar los motores. Y yo los observaba, a él y a ella, tomar pista y despegar. Los miraba perderse entre las nubes y reaparecer luego rumbo a la costa. Los perdía de vista desde la cafetería donde me había puesto a esperarla.
Árboles y campos de golf rodeaban el aeropuerto por el norte. Alambradas de canchas de tenis se tendían a lo lejos. La tela de alambre se elevaba entre mí y gran parte del campo, pero de cualquier manera la falta de ventanal me hacía partícipe de los ruidos y sentir el chorro de viento que arrojaban los aviones supersónicos de la Navy al cambiar de posición y adentrarse en la pista. La tierra se despegaba del fuselaje, se quedaba abajo, se hundía, bajaba, se separaba y volvía poco a poco a rozar las llantas del aeroplano. Beverly iba al timón. El viejo lobo del cielo le enseñaba ufano a volar. Avancé hacia el campo aéreo y la miré. Bajaba de la avioneta amarilla. Caminaba alta y riéndose, con su traje sastre, el cuello abierto. Hasta aquel momento no me había enterado aún de que la parte superior de su cabello era un recurso cosmético, y a medida que se acercaba por los pasillos la veía más sola, menos acompañada: ya estaba conmigo. Atravesó el vestíbulo y al aparecer en la puerta de la cafetería, con un cigarro en la boca, sin encender, encaminada hacia mí, se encontraba absolutamente sola. La había esperado. La había vuelto a contemplar como me lo había propuesto y, como antes, nos habríamos de reunir muchas veces. Nos tomaríamos de la mano y dejaríamos aquel aeropuerto para siempre. Reconoceríamos los mismos pasillos de la escuela nocturna en el excasino, pasearíamos una vez más desde las diez de la noche hasta el amanecer del día siguiente. Y despertaría con un gesto cansado, con un gesto falso de emoción.



Comments: Post a Comment



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?