Sunday, April 09, 2006

 
23

Salgo a la calle y al saber olvidada la cámara en el cuarto siento como si una parte de mi cuerpo se hubiese desmembrado. Meto las narices en las páginas de una revista. Clavo los ojos en la sección de modas; me concentro en un párrafo como si en ese momento encontrara un eco correspondiente, un dato de identificación, mi necesidad satisfecha de pertenecer, mi deseo de comunión allí, a la vista, a la mano: allí, en una frase, en las palabras citadas por ella, por Beverly, y Beverly diciendo que las cosas se diluyen, hablando del uno y el otro amor sepultados, de que siempre se puede subsistir, y luego me vuelvo hacia atrás y camino y veo materialmente dentro de mí mismo mis últimos dos o tres o cuatro años y no sé con certeza si aquellos años al lado de ella fueron los que realmente valieron la pena vivir; presiento que la detesto, que todo es ocioso, que hace más de dos o tres años que no la he vuelto a ver y que si la repudio es porque, para ella, esas cosas sí son importantes. Porque ella no ha sabido vivir sola. Porque yo sí he logrado hacerme de un mundo al que en cierta forma me he acostumbrado; porque ¿cómo satisfacerse sólo consigo mismo; cómo encerrarse, bastarse a sí mismo, regodearse en su propio cuerpo frente al espejo, desnudo, oliendo sus propios sudores? La falta de sueño, la carne de mi propio cuerpo, de mi cuerpo masculino observado hasta casi poseerme a mí mismo. ¿Será acaso que de esa manera estrangulo el deseo que debo tener cada mañana al salir a la calle y observar las piernas de las mujeres, los ojos de las mujeres, las nalgas de las mujeres, esas miradas de las mujeres, esos mensajes ocultos y silenciosos de las mujeres, de todas las mujeres, de las niñas, las señoras, las divorciadas, las viudas abandonadas, las hermanas, las tías, las amigas de mi madre, las esposas de los amigos, ese frotarme con mi propio cuerpo y sentirme sucio como cuando por primera vez brotó el semen? Y ella sigue aún vulnerable a algunas palabras; es la relación que pudo cicatrizar; es el quedarse sola y seguir adelante. Paso revista a los años posteriores a ella y me duele una grave sensación de desperdicio, y todo lo que significa desecho, desperdicio yo mismo y las gotas que esparzo inútilmente cada noche sobre las sábanas, el acto que ejerzo a solas para aliviar, cancelar mi posible, mi seguro deseo matutino; rompo la cuenta de los espermatozoides antes de que se acumulen y luego me sueño en mi sueño al verme sentado sobre una hondonada o un puente mortecino en un lago, o en los morros del mar. De la mano me cuelga una cuerda de pescador. La punta de la cuerda opone resistencia. Un cuerpo tironea debajo del agua. La cuerda se me unta entre los dedos, los marca, me abre la piel. Jalo hacia mí la cuerda y el objeto unido a ella. Emerge aleteando la figura de un pez visto bocarriba. Lo miro debajo de mis piernas, es mío, ascendiendo en dirección mía, es mío, siguiendo la cuerda entre mis piernas, es mío, y luego el pez agoniza sobre la arena, es mío, aletea, es mío, queda tieso, es mío, húmedo y salpicado de arenilla.




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